viernes, 30 de abril de 2010

Respira hondo.

Sueño del 17/11/2009.

Comienza una mañana con el cielo despejado salvo por alguna nube lánguida que forma un trazo discreto, y un suave viento cálido. Estoy en la puerta de atrás de la facultad de ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, que está situada en una elevación del terreno desde la que se ve toda la ciudad. Puedo ver las torres del norte, las de plaza de Castilla, y varios barrios enteros. Todo está muy silencioso, no hay pájaros ni personas, no se escuchan coches, no hay nada que haga ruido a parte de la ligera brisa. Entonces ocurre. Mientras estoy viendo la ciudad aparece un destello y veo cómo el hongo nuclear se eleva cada vez más y más en el cielo. Es igual que en los vídeos, a excepción de que antes no era tan brutalmente aterrador. Es la destrucción total, la muerte segura y absoluta, nada es capaz de escapar ni detener semejante fuerza. Mientras escribo estas líneas puedo seguir recordando la sensación que experimenté al ver la explosión nuclear. "Nos han bombardeado... a nosotros...". Sentía que toda mi vida no valía nada, que sin conocerme alguien me iba a matar inevitablemente y ni siquiera se me había dado la opción de elegir entre luchar por mi vida o simplemente rendirme. "Tu mueres y punto". Y muchísima consciencia por los demás. En los segundos que tardaba la onda expansiva en llegar a mí no podía parar de pensar en todos los demás, en la inimaginable cantidad de vidas que se estaban perdiendo, todas las historias de cada persona que desaparecían en cuestión de segundos. Sobre todo la sensación de no poder hacer absolutamente nada por evitarlo.

Veo la explosión. Veo cómo toda la ciudad se va desintegrando a medida que avanza la onda, cómo desde el lugar de impacto van desapareciendo todas las cosas para dejar paso a la nada... y sonrío. Pienso: bueno, hasta aquí he llegado, no hay nada que pueda hacer así que lo acepto. Acepto mi destino, que sea bienvenida la muerte. Sonrío y abro los brazos, sintiendo que ya no hay preocupaciones ni penas, llegó la hora de morir y disolverme en el todo. Y me siento feliz. ¡Voy a morir en pocos segundos! ¿Qué me puede pasar que me afecte lo más mínimo ahora? Una vez aceptas la muerte como futuro seguro e inminente todo lo demás desaparece y sólo queda el gozo, el placer de sentirme consciente, de haber vivido...

Ya llega. Tomo una larga y profunda inspiración final. Se me llenan los pulmones y siento el oxígeno recorrer mi cuerpo... y algo cambia. Abro un poco los ojos y veo que la explosión está donde estaba hace medio minuto. Suelto poco a poco el aire y veo cómo la destrucción retoma su curso. Vuelvo a inspirar fuertemente y el fuego se contrae, los edificios se alzan y gano más tiempo. Sigo respirando muy concentrado, jugando con el flujo del tiempo y gano segundos poco a poco. Ni siquiera me planteo qué está pasando, sencillamente respiro y respiro.

Debo encontrarme unos cuatro o cinco minutos antes de que ocurra la explosión, y todo ha cambiado. Se desata el pánico, el instinto de supervivencia, y desaparece toda la tranquilidad que tenía antes. Ahora no me enfrento a una muerte segura, sino a una muerte casi segura pero de la cual existe una mínima posibilidad de escapar. Mínima, pero existe. ¡Me enfrento a la vida!

Doy media vuelta y salgo corriendo como nunca he corrido, lo único que importa es poner más y más distancia entre la fuente de la explosión y yo. Según he subido una de las cuestas que hay cerca de donde estoy estalla la bomba nuclear, exactamente igual que antes. Sigo corriendo, y apenas he recorrido unos metros estalla una segunda bomba, prácticamente en el sitio desde el cual vi por primera vez la otra explosión. "No me jodas tío". En cuanto veo la luz aparecer inspiro aire hasta que mis pulmones no pueden más, y la explosión mengua. Repito el proceso hasta que vuelvo a tener algo de tiempo por delante.

Ha pasado un rato, y estoy corriendo entre edificios altos. Quedan unos diez o quince minutos hasta que vuelva a comenzar la destrucción, y ya no huyo. Sé que a pesar de poder ganar algo de tiempo con las respiraciones no puedo estar por siempre jamás evitando lo inevitable. He de buscar un buen lugar donde refugiarme, y dejar que ocurra. Se que llegará un punto en el que ya no podré seguir haciendo demorarse las cosas, y no por falta de capacidad sino porque hay cosas que tienen que pasar.

El sueño avanza un poco y estoy en casa de mi prima Lule, aunque la casa es algo distinta. La estructura es de hormigón y por alguna razón las ventanas no tiene cristales. La luz es totalmente naranja, como la de un atardecer, aunque es por la mañana. Voy de un lado para otro organizando esto y aquello y preguntándome una y otra vez si estaremos lo suficientemente lejos del foco. Están también mis tíos, mi primo Tatín, y Lili, todos muy asustados sin saber muy bien qué hacer o cómo actuar. Supongo que no debe ser fácil asimilar el que te digan que te separan minutos de un holocausto nuclear. Puede que haya alguna chica más, amiga de alguno de mis primos.

Mi prima y yo nos metemos en un cuarto de baño, que tiene las paredes verdes y no tiene ventanas. Hay un gatito dentro. Antes de entrar echamos una última vista al cielo y cerramos la puerta. El resto está en alguna otra habitación también protegidos.

Le digo a mi prima que primero vamos a tener que sobrevivir a la onda expansiva, que suele ser el mayor causante de la destrucción en una explosión de estas dimensiones. Luego viene la ola de calor, y la temperatura alcanza miles y miles de grados. Por último está la radiación, que se queda durante muchísimo tiempo, es invisible e indetectable si no tienes los medios, y capaz de matarte de las maneras más horribles con sólo acercarte a una zona de alta radiación.

Llega la onda, y notamos cómo el edificio entero tiembla y se retuerce. Pero no se cae hecho pedazos. Estamos lo suficientemente lejos, y hemos sobrevivido de momento. Poco a poco empezamos a sudar. El gato, como loco, se pone a maullar y a arañar la puerta, y cada vez que intentamos acercarnos nos muerde. Nos cuesta respirar del calor. Nos hemos quitado casi toda la ropa y estamos empapados en sudor, jadeando agotados. Pero el calor llega hasta un punto del que no sube más. Tras un rato de espera abrimos la puerta. El cielo. Una brisa fresca sopla según salimos al cuarto contiguo, el cual está completamente destrozado y lleno de polvo y escombros. La brisa suave y gris nos saluda y nos recuerda que hemos vivido. Aparecen mis tíos y abrazan a mi prima con fuerza. Me asomo por el agujero enorme que hay donde antes había una pared y veo el nivel de asolación que ha quedado atrás. Casi todo son edificios demolidos, pilas y pilas de escombros y no se ve a nadie. El cielo está ya muy oscurecido, ha pasado todo un día. La luz ahora es azul claro y grisáceo. Hay muchas nubes.

El gato sale del cuarto de baño y se me lanza a los pies, mi reacción ante el dolor de los mordiscos es pegarle una patada brutal. El gato sale rodando por el suelo y se para al chocar, inerte, contra una pared. Voy corriendo y cojo su cuerpo entre las manos. Me quedo impactadísimo. Todavía respira levemente, pero se que va a morir. He hecho lo imposible por sobrevivir y acabo de quitar una vida en unos segundos. Inspiro profundamente y retrocedo unos segundos. El gato viene corriendo en mi dirección y me aparto como puedo. Mi prima me mira desconcertada y me pregunta que qué más dará que viva o muera un gato teniendo en cuenta la cantidad de vidas que se han perdido este día, pero yo sólo puedo pensar en que una vida es una vida y no tengo derecho a terminar con una. Y más teniendo en cuenta lo que ha pasado hoy. Termina el sueño.

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