domingo, 4 de abril de 2010

Keyland.

Sueño del 24/03/2008.

Las celdas son de arcilla húmedas, y no tienen ventanas al exterior. No hay luz y hace frío. Son unos agujeros en la tierra con barrotes de los que no se escapa. Los carceleros son criaturas grandes, mientras que los presos son débiles enfermos. Llevo aquí once años.

Estoy en la zona de recreo, una sala de unos veinte metros por cinco de arcilla y de nuevo sin ventanas. Hay una luz muy tenue sin lugar de procedencia que nos permite ver. Un preso me susurra entre delirios que gente de arriba ha encontrado una manera con la que se podría escapar, rebentando uno de los muros de esta misma sala. Sólo podrían huir unos pocos, posiblemente uno nada más. Volvemos a las celdas.

Pasa el tiempo y voy perdiendo el norte. Los carceleros de vez en cuando se comen a los presos que gimen y lloran más alto. Se oye como se acercan las pisadas en el barro, y el hedor que desprenden hace que sea difícil respirar. Como no hay luz los carceleros se guían por sonidos, y los que tosen o lloran son fáciles de localizar. Entonces se escuchan crujidos seguidos del silencio absoluto. En esta parte del sueño pierdo la noción de cuánto tiempo pasa.

Volvemos a estar todos en la sala de recreo. Hay muchas disputas acerca de quién tiene el derecho a intentar huir. Los presos lentamente se dividen en dos grupos y todos participamos en un juego ridículo en el que nos pasamos un trapo amarillento e intentamos hacerlo llegar de un extremo de la sala al otro. Podría parecerse al baloncesto. Los dos grupos se diferencian según el tipo de fiebre que poseemos los presos. Hay varios que por la falta de alimento nos hemos vuelto esqueléticos, y los del otro equipo han desarrollado desagradables deformidades. Jugamos y hago ganar a mi equipo, y con ello consigo el primer turno para la huida. Vuelvo a mi celda por última vez, tras once años me iré de Keyland.

Hay un hombre en mi agujero que dice que es mi padre. Llora, babea y me pide perdón, mientras murmura un sinsentido acerca de un abandono. Me entrega un colgante metálico con forma de punta de flecha y muere. Salimos al patio de recreo.

Se produce un estallido en una esquina del techo que abre un agujero por el cual se puede ver un tunel que serpentea hasta un trozo de cielo verdoso, a muchos metros de distancia. Los carceleros irrumpen en la sala mientras entre muchos me lanzan hacia la entrada del túnel que asciende. Trepo jadeando con las pocas fuerzas que tengo y consigo salir al mundo. Es 1994.

En el sueño se produce un salto temporal grande, de algunos años.

Llego a un edificio antiguo de varias plantas, con una escalera de mármol blanco muy desgastado. El edificio pertenecía a mi padre y ahora a mi por herencia. Soy alto, delgado y fuerte, rondando los 19 años, y visto de verde con ropa renacentista; todo el mundo viste parecido. La tierra es seca y de color negro, con muy poca vegetación. El cielo tiene un color verdoso.

Subo a un piso del edificio y conozco a mis hermanastros y a la mujer de mi padre. Mi hermano es de mi edad, y mi hermana un par de años menor que yo. Me tratan como a un adulto de mucha más edad que la que tengo. La idea de que su idílico padre tuviera un bastardo perdido por el mundo les resulta muy violenta, y mi hermanastro reacciona de manera poco amistosa en un principio. El encuentro con mi padre en Keyland fue breve pero se podía leer culpabilidad en él. Posiblemente viajó hasta allí para redimirse y morir. Para mí el encuentro significó que existía algo fuera de esos agujeros esperándome, que no era una alimaña pútrida más de entre aquellos infelices. Para el mundo exterior los presos de Keyland son lo más bajo de entre lo más bajo. Todavía conservo el colgante, aunque no lo enseño.

Pasa el tiempo y me caso con mi hermanastra. Hay amor entre nosotros y vamos a hacer un viaje con destino a París o Roma, quizá Venecia. Comenzamos el viaje y ella desconoce que en realidad nos dirijimos a Keyland. Según nos vamos acercando a nuestro destino los árboles se hacen más gruesos y pierden hojas por el otoño, hay más luz en el cielo y el suelo está mojado, como si acabara de llover. Vamos dados del brazo. Llegamos.

Ante nosotros hay una grieta gigantesca, con lava y fuego en el fondo. Corriendo desperdigados por todas partes hay diablillos deformes, están iracundos. Me ve uno al que yo conocía y me señala con el dedo mientas me grita que soy un cobarde y un traidor, soy un señorito que ha huido con el rabo entre las piernas. Digo que he vuelto a arreglar las cosas, salto a la grieta y meto la mano en el fuego. Me quemo y en mi pecho se forma una cicatriz. Trepo hasta mi hermanastra y le confieso que yo pasé años en un agujero de Keyland, momento en el que aparece nuestro hermano y le entrego el colgante. Vuelvo a la grieta y escarbo en la tierra húmeda con las manos, abriendo agujeros celda. Los carceleros corren aterrados de un lado a otro, ahora débiles ya que les da el sol. Keyland cae.

Mi mujer y yo andamos agarrados entre árboles enormes y muy mojados. Ella está embarazada y sonríe.

1 comentario:

  1. Un psicoanalista que no estuviese familiarizado con el mundo del rol fliparia.

    Me vienen todo tipo de recuerdos del Zelda y el Baldur's Gate leyendo esto. Jeje...

    ResponderEliminar