sábado, 20 de noviembre de 2010

El saber se suda.

Sueño del 19/11/2010.

Estoy en unas excavaciones, es de día y el sol casi te hace hervir el sudor. La tierra es de un color marrón claro y es muy blanda, se deshace en polvo cuando tomas un puñado en las manos. Todo el paisaje es árido. Estoy con un grupo de personas visitando los descubrimientos que están haciendo los arqueólogos. Nos enseñan unas estructuras de unos tres metros de altura que están desenterrando. Son catapultas de guerra bastante primitivas. Nos cuentan que probablemente fueran diseñadas para se ancladas a muros fijos y utilizarlas defensivamente ante asedios.

Cambio.

Abro los ojos. Oigo el mar. Estoy de pie al lado del grupo de personas que estaban conmigo en las excavaciones hace un momento. Charlan alegremente. Inspiro profundamente el aire húmedo hasta llenar los pulmones y me pongo en el presente. Hablo con un hombre joven algo mayor que yo, que viste unas ropas curiosas formadas por unas sandalias altas, una falda de cuero que llega hasta la rodilla, más larga en una pierna que en otra, unos pantalones cortos debajo, y una camisa sin mangas de color azul marino metida por dentro de la falda. También tiene una tira de cuero cruzada desde la parte derecha de la cadera hasta el hombro izquierdo. Tiene el pelo liso, castaño claro, y bastantes trenzas mezcladas. Debo tener quince años, y el hombre unos veinte. Es muy simpático. Hablamos en un idioma que desconozco, aunque no tengo problemas para comunicarme con nadie. Pregunto acerca del lugar donde nos encontramos y la fecha que es. Me dice que estamos en la costa de una región que desconozco, y me menciona una referencia temporal que tampoco entiendo. Me dice que me rodea la civilización de los atlantes. Entiendo varias cosas.

Para empezar no reconozco ni el lugar ni la fecha porque no tienen ni la concepción de países y utilizan otros nombres y otras referencias temporales. Debemos encontrarnos unos pocos miles de años antes de la civilización egipcia. La Atlántida no es ninguna isla mágica que se mueva por los océanos ni nada por el estilo. Es una civilización suficientemente antigua como para que se hayan perdido o confundido sus rastros. Me parece lógico, si cuesta conocer la verdad acerca de acontecimientos y pueblos de hace dos mil años no sería raro que hubiera habido grandes civilizaciones hace más de seis mil o siete mil años de las que no quedase nada, o en caso de quedar algo que fuera confundido con restos de otros pueblos más recientes. Tengo mucha curiosidad por saber más, conocer más del pasado y del presente de esta gente. Le digo a mi nuevo amigo que dónde podría aprender más de ellos. Me pide que le siga.

Llego a la base de una torre muy alta que asciende retorciéndose en espiral. Está hecha de algún tipo de piedra con juntas de una masa marrón claro. Las piedras son de tamaño medio, cada una debe pesar unos cinco kilos. La torre está hueca por dentro, sólo hay una habitación, como si se tratara de la piel de una serpiente, y lo único que hay dentro es una columna muy blanca justo en el centro de la habitación que asciende imitando el contorno de la torre sin llegar a tocar sus paredes. Hay mucha luz. Nos acercamos a la base de la columna, y me doy cuenta de que está llena de grabados, dibujos y escrituras. De nuevo, no conozco ni un solo carácter pero comprendo lo que está escrito. El atlante me dice que grabada en la columna está toda la historia de su pueblo. Los acontecimientos más antiguos se encuentran en la base y los años pasan con cada metro que se asciende. "¿No querías saber más? Pues vas a tener que trepar" me dice con una sonrisa. Claro, cada vez cuesta más subir y cada palmo que se asciende añade más riesgo a la caída. Es su manera de representar el valor que tiene el conocimiento. Si uno quiere volverse más sabio tendrá que sudarlo y cada vez será más difícil. Me acerco a la columna y ya me están sudando las manos. Antes de subirme observo todo lo que puedo desde el suelo, y luego doy un salto y abrazo la piedra. Voy impulsándome con las piernas y fijando con los brazos. Como es un cilindro, para poder leer todo a veces me tengo que descolgar un poco dando la espalda al suelo, y la sensación de vértigo se dispara.

Al principio eran duros con los demás, aunque era necesario pues la gente tenía que aprender del dolor que acarreaban los tiempos difíciles. Aprendieron, y la civilización prosperó. Barcos con los que explorar los mares y los océanos, con los que llegar a otras tierras. Cada vez un conocimiento mayor acerca del mundo y la vida. El pueblo era pacífico y sólo había lugar para el desarrollo y la evolución. No construían ciudades grandes, pero si muchas a lo largo de las costas y cerca de los ríos. Había otras gentes, con las que se llevaban bien ya que no eran invasivos sino cooperadores. Tiempos felices y gloriosos. Llego al presente, justo cuando se termina la columna y llego al tejado de la torre. Mi amigo está aquí arriba, mirando unos planos junto con otros tres atlantes de más edad, al lado de unas estructuras por hacer. Me dice que es la primera vez que construyen esto, y que no tienen ni idea de cómo montarlo. Reconozco al instante de lo que se trata. Son las catapultas de guerra que había visto en las excavaciones. De pronto entiendo lo que está pasando. Esto es el fin de los atlantes, el momento en que construyeron máquinas de guerra y combatieron contra otros pueblos. La aparición de la guerra acabó con ellos, destruyó lo que eran. Todo se pone blanco y gira. No veo el suelo...

Fin.

viernes, 19 de noviembre de 2010

La ciudad cubo es oscura.

Sueño del 10/5/2009.

Juan y yo vivimos con nuestra madre de poca estatura, nuestra tía podrida por dentro y manipuladora de profesión, y la mujer de mi hermano quien, a falta de personalidad propia, adopta el carácter ponzoñoso de las otras dos mujeres cada vez que está con ellas. Esta última está embarazada y no se lo ha dicho al padre, gran idea de nuestra tía. Juegan con sus parcelas de poder de manera absurda. El día a día es una auténtica tortura. Nadie siente amor por nadie, salvo por mi hermano y por mi. Nuestra pequeña casa de techo bajo y paredes de piedra gorda está en mitad de la nada, rodeada de colinas suaves con pocos árboles. Sopla bastante viento por lo general, aunque es cálido.

Mi hermano es igual que en la realidad y yo soy algo más alto y más gordo, de constitución corpulenta. Tengo el pelo liso por los hombros y la cara cuadrada.

Llega un momento en que decidimos largarnos de la casa a ver mundo. Nos hacemos con unas provisiones muy básicas y prácticamente nada de ropa aparte de lo puesto, para viajar ligeros, y nos ponemos en marcha. Recorremos las colinas conocidas próximas a nuestra casa y después de todo un día llegamos a unas llanuras que parecen un océano que se pierde de vista a lo lejos. No hay ni un solo árbol, ni un pueblo ni nada que recuerde que hay gente en este mundo. Descansamos y al día siguiente nos encontramos con un ejército liderado por un hombre americano fuerte pero con panza con la cara muy curtida por el sol. Nos cuenta que están alistando a gente para formar una fuerza armada independiente que no responda por ninguna bandera, un ejército movido por una ideología y unos objetivos muy elevados y desatados de cuestiones políticas entre naciones. Nos alistamos. Somos unos pocos miles. Los primeros días viajamos por campos y cultivos a cielo abierto, alejados de las ciudades o poblaciones numerosas. Cada vez que anochece el cielo se llena de estrellas y sutiles trazas de galaxias de colores cálidos y apagados. Entre estrellas y la luna se iluminan los campos con una luz azul que le da un toque fantasmagórico al mundo.

El americano nos comunica que nos dirigimos a un encuentro con el ejército inglés para intercambiar bienes nuestros por explosivos suyos. A los pocos días de viaje nos encontramos con ellos. No son tan numerosos como cabría esperar, su número no llega a doblar el nuestro. Van como nosotros, a pie, sin maquinaria ni nada por el estilo. Algo le ha debido de pasar a este mundo porque a pesar de haber alta tecnología todo se haya en un estado bastante disgregado y decadente, formado por pequeños núcleos de poblaciones poco conectados unos con otros, extensiones interminables de tierra sin rastro de haber sido afectadas por la mano del hombre, y ejércitos de tamaños ridículos (en comparación con los de esta época) vagando de un lado a otro sin tener un objetivo muy claro. El trato con los ingleses sale muy bien, y todos retomamos la marcha.

Pasan dos años.

Estamos muy curtidos. Ya no vamos con el ejército, seremos un grupo de menos de veinte hombres. Juan sigue vivo, y está a mi lado. Vestimos todos de rojo, con un uniforme muy duro que presenta un fuerte desgaste. Llegamos a una ciudad. Todo está construido formando un gigantesco cubo, con los diferentes barrios y calles dispuestos a distintas alturas formando niveles diferenciados. La ciudad resume todo lo malo que puede encontrarse en el alma humana. Sonrisas falsas en cada cara, un materialismo desenfrenado, una lujuria retorcida, inseguridad en cada mirada y mentiras en cada palabra. Es un escenario, un falso cascarón de placer y ocio que dentro no tiene nada salvo el vacío. Puede que sea por haber estado dos años viviendo bajo el cielo, rodeados de naturaleza, o por la fuerte disciplina militar a la que nos hemos visto sometidos, pero los que llegamos de fuera nos sentimos radicalmente separados del resto de la gente, no nos identificamos ni con la ciudad ni con nada de lo que esta nos ofrece. Luces de neón anunciando mujeres, todo tipo de estimulantes y drogas opiáceas, salones de juego con niñas como camareras, discotecas-prostíbulo a miles en cada nivel del cubo...

A Juan y a mi nos llega la noticia de que nuestra familia vive ahora aquí, en uno de los niveles inferiores, en una casa en el distrito de las tiendas de ropa y moda, así que decidimos ir a verlas. Quedamos en encontrarnos en la dirección que nos han dado, y nos separamos. Según estoy bajando en un montacargas de los que recorren la sección central del cubo comunicando niveles, me encuentro a Pocho y a Beto, ambos encantados con la ciudad y sus posibilidades. Van bastante borrachos, y parecen muy felices. Dos mujeres que hay a nuestro lado se nos insinúan de manera muy obvia a Pocho y a mí, y les doy largas hasta que llegamos al nivel donde me bajo. Abrazo a mis amigos y me voy al encuentro con Juan. Nos encontramos delante de una pequeña tienda alargada de paredes color pastel, con el techo bajo, que da a una zona repleta de tiendas. Entramos. Están absolutamente desquiciadas. Me entero de que mi cuñada sigue embarazada (para ellas han pasado seis meses) y lo ha mantenido en secreto. Juan no lo sabía hasta que le ha visto la panza. Nos echan en cara todo el rato que las hemos abandonado, las hemos dejado de lado egoístamente. Casi no paran de vomitarnos insultos. No se que hace mi hermano pero me largo a los niveles superiores del cubo, para alejarme lo máximo posible de este nido de locas.

Al llegar arriba del todo me encuentro en una habitación con una ventana alargada de cristal a través de la cual se ve un mar de tuberías roñosas de distintos tamaños, que se entrelazan formando la superficie del cubo. Se está haciendo de noche, y todos los trabajadores se vuelven al interior de la estructura corriendo. Algo pasa durante la noche, algo lo suficientemente serio como para que no haya ni guardias cerca de la superficie. La luz del cielo casi ha desaparecido cuando reconozco a Francisco sujeto a una tubería grande, en una especie de pared que forman los tubos. Llora desconsoladamente. Le grito que se de prisa y vuelva a la seguridad de la ciudad, y me dice que no puede más de vivir en este sitio, que no es capaz de soportar la locura que hay en cada milímetro de la ciudad. Su cara transmite la absoluta derrota, el abandono total. Se impulsa con las manos y desaparece entre el mar de metal oxidado que cubre el cubo. No se le oye caer. No hay golpe. No choca al llegar al suelo. Ya está ahí, sea lo que sea lo que aparece por las noches está ahí delante, entre los tubos.

Cierro la ventana a toda prisa y me agacho, de tal forma que desde fuera no se me vea a menos que se esté pegado a la ventana. Desde un montacargas sostenido por cadenas me llama, haciendo señas, un trabajador con un mono naranja. Me dice que salga de ahí de inmediato o corro el riesgo de morir. O de algo peor. Ya siento la presencia amenazante en el exterior, pero ¿qué es? No se ve nada, sólo una oscuridad total que engulle el cubo. Siento miedo. Muchísimo miedo ante eso desconocido que acecha. Pero también siento una curiosidad tan grande como el miedo. Necesito saber qué es. Necesito verlo. Nadie nunca ha vivido para contarlo... ¿qué puede ser? Siento que lo que hay fuera sabe que estoy agazapado debajo del cristal, puedo sentir que me siente. Quiere que me percate de que sabe que estoy agachado al otro lado de la ventana. Y quiere que yo sepa que se acerca. Ya no puedo más. Me levanto. Estoy de pie a pocos centímetros del cristal de la ventana. Al otro lado hay un hombre mirándome a los ojos. No sonríe.

Toca el cristal. Golpea lentamente con la mano la ventana, que retumba como si acabara de ser impactada con muchísima fuerza. Cada vez se van distinguiendo más figuras en las sombras. El hombre me habla vocalizando mucho, le veo los dientes que tienen un color rojizo. Me dice que les excluimos del interior y les condenamos a vivir sin luz. Y quieren lo que les pertenece. Su piel es de un tono verde oscuro; el pelo también oscuro, con un tono ocre. Se abalanzan contra el cristal que se rompe en pedazos. Entran de golpe unos veinte. Comienza una pelea muy confusa porque la oscuridad se va tragando todo. Junto a mi pelean otros soldados. Se oyen disparos y golpes, pero el sonido es lejano y muy amortiguado. Casi cuesta respirar y cada vez se ve menos. Me giro retorciéndome soltándome de los brazos que me agarran, y paro los golpes que me vienen de todos los sitios, golpeando yo con fuerza a los hombres de piel dura. Los tiros vuelan desorientados, pero no recibo ningún impacto. De vez en cuando se oye cómo agarran entre varios a un soldado y se lo llevan por la ventana. Son muy fuertes y están llenos de odio, pero no saben pelear. Poco a poco vamos tumbando a uno tras otro. La oscuridad se arrastra hasta el exterior de la habitación. Desaparecen entre el mar de tubos. No hay un solo cuerpo en el cuarto aparte de los soldados jadeantes. Les hemos aguantado. Por ahora, al menos. Fin.

martes, 15 de junio de 2010

El hermano mediano.

Sueño del 15/6/2010.

Tengo una hermana y un hermano pequeños, ella de seis y él de cuatro. Vivimos en otra casa distinta, bastante más grande y algo destartalada. Es prácticamente entera de madera: suelos, paredes, techos, puertas, todo. Sólo recuerdo un momento con cada uno de mis hermanos pequeños, pero a lo largo del sueño había más.

Primero estoy en el piso de arriba del todo en una sala de estar que tiene una mesa de madera muy maciza, varias estanterías y un futón grande que hace de sofá y cama para invitados. Es por la tarde, y estoy tirado en el sofá leyendo cuando aparece mi hermanita. Tiene el pelo castaño claro, ondulado con rizos al final, y le llega hasta media espalda. Le falta algún diente de leche que se le acaba de caer, tiene los ojos verdes y la cara redonda. Se le ve en la mirada que se super lista y se entera de todo. A veces se queda empanada mirando al infinito pensando en vete tu a saber qué. Cuando llega, se pone a contarme no se qué batallas suyas fantásticas desde el borde de la cama, callándose a intervalos mientras me mira leer. Al poco rato dejo el libro y me abalanzo sobre ella, haciéndole cosquillas y tirándola por los aires. Después de un rato jugando la llevo a su cuarto y la acuesto en la cama entre más historias y conjeturas espaciales. La adoro.

Ahora estoy en uno de los pisos intermedios con mi hermano pequeño. Es un bala y no se puede estar quieto ni un segundo, todo el rato de un lado para otro moviéndolo todo; pero sin ser desagradable ni romper nada. Simplemente tiene una cantidad de energías sin límite. Estamos jugando a explorar la casa (igual llevamos poco tiempo aquí). En la habitación en la que hemos entrado hay dos bancos pegados a las paredes, como si fuera un comedor al que le falta la mesa. El incansable se pone a gatear por debajo de todas las cosas que hay al alcance, y de pronto me dice que ha encontrado un pasadizo y se mete por un agujero que hay debajo de uno de los bancos. Se que el agujero lleva al sótano, y es la cosa menos segura de la casa, aparte de que está lleno de arañas. Le grito que espere mientras, viendo que no me hace ni caso, me tiro hacia el agujero y meto el brazo para agarrarle de la camiseta de milagro. Tiro de él y le saco mientras me dice "el bujero...!" con cara de sorprendido. Le cojo en brazos y nos subimos al piso de arriba, donde están mis padres. Les cuento que ha descubierto el agujero y que con lo que es de culoinquieto va a acabar metiéndose por ahí 100% seguro, así que igual habría que sellarlo con maderas o algo así.


Aquí cambia el sueño completamente. Estoy con Lule en un coche, estacionados delante de un centro comercial y llevamos un gato negro y blanco con nosotros. De pronto oigo cómo caen unas crías de murciélago en la parte de atrás (sonido inconfundible donde los haya), justo debajo de mi asiento. El gato se pone muy muy nervioso e intenta atacar a las crías, y aunque no siento especial simpatía por uno ni por otros, abro la puerta y dejo al gato en el suelo para que no se coma a los animalejos. Una vez el gato se ha ido, levanto el asiento y me encuentro con unas diez mini criaturas, algunas de color negro y otras de color carne. Son un poco desagradables a la vista pero me caen bien. Cojo a la más grande entre las manos, tiene forma de pelota redonda sin extremidades ni alas y compruebo que no debe de ser mucho más grande que una canica. Le pregunto a Lule si será malo que les toque con las manos desnudas y sin protección tipo guantes, y me dice que en absoluto, que es muy bueno porque cuanto más contacto físico más conexiones neuronales desarrollarán. Siendo bastante inquietante la escena entera, acaricio lo que supongo que es la espalda y veo cómo la cría muestra pequeñas reacciones. Alguna vez tengo la sensación de que me paso de fuerza a la hora de acariciar al animal.

Mientras miro a los mini seres me imagino cómo sería si todos crecieran hasta alcanzar un tamaño como de murciélago frutero (¿1 metro?); y visualizo una escena, que desde fuera es bastante graciosa, de un rascacielos donde estoy subido con un murciélago enorme al lado de mi, ambos mirando al infinito con cara seria de superhéroe, y un rayo partiendo la noche detrás nuestro. Mega epic.

No recuerdo más.

domingo, 6 de junio de 2010

El Final.

Sueño del 9/09/2009.

Me encuentro trabajando en un a oficina. Las paredes son grises y el techo es alto, hay mesas individuales bastante juntas, y la estancia tiene forma de "L". La luz grisácea del día apagado se mezcla con las bombillas amarillas pálidas. La gente, de edades bastante distintas, trabaja concienzudamente, llevando papeles de un sitio para otro. Al poco rato todo el mundo deja sus tareas y el trabajo da paso a una fiestecilla de oficina. Todos hablan y ríen animados, beben y se relajan, muchos llevando gorritos de fiesta con forma de cono. Miro al exterior, a través de las típicas ventanas de oficina con persianas de barras de plástico. Me entran ganas de ir al servicio y cuando llego me lo encuentro en un estado lamentable de suciedad, que me obliga a estar de puntillas mientras meo.

Después de ir al baño salgo por la apertura que hay donde antes había una pared. La oficina está abierta a una llanura, y a pocos metros hay un barco encallado. El cielo es gris y las nubes amenazan con una lluvia fuerte, hace fresco, huele a humedad y la hierba alta y verde oscuro está mojada. El barco está inclinado hacia un extremo, como si se hubiera partido por la mitad y el centro estuviera hundido en el suelo. Hay mucha vegetación cubriendo la madera, que está hinchada y ennegrecida por el paso del tiempo. Puede que el barco se hubiera incendiado tiempo atrás. Mucha gente está saliendo de la oficina, esparciéndose por la pradera sin alejarse mucho. Entre los que salen de la oficina hay una mujer vestida con un traje rojo de una pieza.

Me acerco al barco y veo que hay tres cofres posicionados formando un triángulo, como en un podio. Sin saber muy bien por qué, entiendo que los cofres son la herencia que nos ha dejado un hombre al que no llegué a conocer. La cantidad de riqueza es inmensa, y por razones desconocidas me corresponde la mayor parte de la herencia. No hago preguntas. Me doy la vuelta y me dirijo hacia la inmensa masa de gente que hay por la pradera, donde algunos van a lanzar unos globos al aire, o quizá sean fuegos artificiales. Comienzo a cantar, y poco a poco la gente se me va uniendo. Cuando cambio la melodía la gente cambia en el acto conmigo, y si cambio la dirección de mis pasos así lo hace la masa. Todos cantamos exactamente lo mismo, gritamos lo mismo, y nos dirigimos hacia el mismo sitio. Siento que se mueven un poco como marionetas que dejan que otro les mueva las piernas y los brazos. Nadie se fija en mi, ni se dan cuenta de que hago de director de orquesta con la masa. Somos praderas y praderas de gente.

Llegamos a la falda de un pequeño barranco, y delante nuestro se abre una cueva que tiene un gran agujero en el techo por el que desciende una escalera de mano, de cuerda, de color blanco. No se ve el otro extremo del agujero, sólo la escalera que asciende hasta que se pierde de vista. La gente ha dejado de avanzar. Comienzo el ascenso.

Subo y subo durante horas, la escalera parece interminable. Las paredes del tubo de roca por donde voy ascendiendo van cambiando de anchura, y aunque la textura siempre es de un color rojizo también va cambiando. Llega un punto en el que el suelo se deja de ver, y tanto mirando arriba como abajo sólo se ve una línea blanca que desaparece en un círculo negro. Al seguir subiendo, una de las paredes del tubo de roca se abre muchísimo dando lugar a una caverna gigantesca donde aparecen unos árboles delgados y blancos. No se ve el otro extremo de la cueva, sólo un negro absoluto. No se ve dónde empiezan ni acaban los árboles, que ya forman un pequeño bosque suspendido en mitad de la nada. La escalera sigue ascendiendo pegada a lo que ahora es una concavidad en la pared, que antes era el tubo.

A medio trayecto de subida desde que aparecen los árboles me paro un poco a descansar. Me cuelgo por las axilas de un peldaño y recupero el aliento, pero ni me planteo el parar de subir. Tras un rato de descanso retomo el ascenso. Desde hace ya varias horas que no he visto ni sentido a nadie. El único sonido que hay es el retorcerse de las cuerdas y mi propio jadeo. Ni siquiera hay eco en la cueva. No me atrevo a mirar mucho en las profundidades del bosque albino.

La caverna se cierra, y dejo el bosque atrás. El tubo se va estrechando cada vez más, y comienza a oler a humedad muy intensamente. Me duele el cuerpo entero y tengo las manos ardiendo, pero acabo el último tramo. Llego al final de las escaleras y el panorama es completamente desconcertante. Las cuerdas van a dar a una trampilla situada en el suelo de una habitación. El suelo es de madera, y la trampilla está abierta. La habitación constituye el piso bajo de una casa que tiene además un pequeño cuarto arriba que da a un balcón. Hay más gente en la casa, seremos unos doce. Una chica me dice que me asome al balcón, que tengo que ver lo que hay fuera de la casa. Subo al piso superior y según me asomo al exterior me quedo boquiabierto. La casa se balancea mucho si todos nos juntamos en un mismo punto, así que unos tienen que hacer de contrapeso de otros.

El pequeño edificio flota en el borde del mar, justo debajo del balcón se encuentran las cataratas del fin del mundo. No parecen muy profundas, al menos lo que se puede ver de ellas serán unas cuantas decenas de metros. Las cataratas se extienden indefinidamente a la izquierda de la casa, y a la derecha avanzan unos veinte o treinta metros, hacen un giro de 90º hacia la derecha y se extienden indefinidamente. La casa está en la esquina del mar. El cielo es azul claro con algunas nubes blancas muy altas y rechonchas, y hay mucha luz. Supone un cambio drástico comparado con el cielo gris y apagado de las llanuras que había al pie de las escaleras. Al otro lado de las cataratas, donde se supone que no hay nada, hay más mar pero no es agua lo que se ve, se parece más a olas hechas de humo traslúcido definido por delgadas líneas negras, como si fueran llamas negras en una fogata aunque tienen una dinámica de movimiento mucho más acuático, no tanto de fuego. Si tocamos este mar traslúcido no nos mojamos, lo atravesamos como si no estuviera ahí. Por la trampilla aparece alguna persona de vez en cuando, y a todos ellos les enseñamos el panorama. Ninguno sabemos muy bien qué hacer, pero siento demasiada curiosidad como para no intentar nada.

Cambia mi visión en el sueño, y paso a observador en tercera persona. Veo las escaleras y a un hombre, que rondará los sesenta años, subiendo por ellas. El hombre se encuentra cansado de subir escaleras y decide hacer una parada para descansar, deja las escaleras y se sube a un árbol blanco y lánguido del bosque albino. Está sumamente nervioso y empieza a comerse las uñas descontroladamente. El hombre a medida que come más y más se va transformando. La expresión de su rostro se vuelve más ausente, el iris de sus ojos se vuelve casi completamente negro, y los dientes se le afilan levemente. Ya casi no le queda carne en la mano. Veo cómo sube una señora, y cuando llega al bosque albino se encuentra con el hombre que ya no tiene más que hueso en la mano, los dientes son serrados y llenos de restos, y los ojos negros enteros y con la mirada perdida. Se acerca a ella con una velocidad increíble, le abraza la cabeza y se pone a acariciarle el pelo y la cara mientras le susurra que ha de subir y no detenerse, porque de otra manera sería incorrecto. No le hace daño, pero parece que dentro de no mucho se va a perder definitivamente.

Arriba, llevamos un rato viendo figuras humanas al otro lado de las cataratas, entre el humo traslúcido.Después de mucho pensar decidimos jugárnosla así que dos personas más y yo cogemos carrerilla y saltamos al vacío con las tripas encogidas. Caemos en tierra firme. Cuando miramos atrás vemos que la casa y el mar donde estaba ahora son humo negro traslúcido, y que el suelo que pisamos está al borde de unas cataratas idénticas a las que hay al otro lado. Hablamos con los nuevos conocidos y volvemos a saltar a la parte donde estábamos antes. Empiezo a plantearme la situación de una manera super filosófica rara. Fin.

martes, 1 de junio de 2010

Jugando a ser Dios y Demonio.

Sueño del ??/??/2006.

Me encuentro en una casa, no se muy bien dónde. La casa es de una sola planta, de color blanco, con muchas estanterías de madera muy cargadas de libros y objetos. Hay un pasillo al entrar, que se abre de izquierda a derecha, conectando 2 habitaciones que hay en los extremos: la habitación de la izquierda tiene una pequeña sala de estar anexionada, y a la derecha hay un salón bastante grande decorado con colores rojizos. La sala más curiosa es una que queda justo de frente al entrar. Hay un ordenador, un par de sillas, no tiene ventanas y tiene estanterías flotantes totalmente llenas de libros. Es la habitación de Dios.

En esta casa viven Dios y el Demonio. El primero es un hombre más o menos joven, aunque ya empieza a tener canas, tiene una cara amable y un aspecto muy infantil. El Demonio es una mujer alta, de pelo largo y castaño, y un atractivo físico increíble. Tanto uno como otro se encargan de dirigirlo todo desde esta casa. El sistema consiste en que los dos tienen más o menos el mismo poder, pero siempre hay uno que está un poco por encima del otro, algunas veces Dios y otras el Demonio. Mi papel es el de asistente, acato órdenes y sirvo de chico de los recados cuando lo necesitan.

Al comienzo asisto a Dios, el cual me explica el funcionamiento de muchas cosas relacionadas con la vida, la muerte, los tránsitos, etc. A veces voy a visitar al Demonio que está en una sala muy cerca y hablo con él, tratando de afirmarle que en realidad no era malo, simplemente tenía que haber un encargado de representar el mal, pero que no necesariamente él tenía que ser mal. Más tarde comprobaría que Dios en esencia es el orden y el equilibrio y el Demonio es el desorden y la falta de equilibrio, y que estaba muy equivocado pensando que no había mal en él.

Al pasar un tiempo el Demonio adquiere la posición de poder aventajada sobre Dios, y me convierto en su asistente demoníaco. El demonio parece hacer todo lo que hace sólo para hacerme daño a mí, para causarme sufrimiento haciéndome ver cómo sufre la gente. Lo único que está en mi mano es minimizar los daños a la hora de acatar órdenes. El demonio sonríe con esa sonrisa totalmente cautivadora y se contonea con su cuerpo perfecto de mujer como haciendo que me intenta seducir, llevando su burla hasta el límite. Representa la tentación total, pero no oculta ni lo más mínimo quién es, y siento repulsión hacia él. Al tiempo de regir el Demonio aparece en la casa su hermana pequeña, que tiene un físico muy parecido aunque no detecto mal en ella. El Demonio la trata muy bien, cometiendo enormes injusticias hacia otras personas para beneficiar a su hermana.

Poco a poco, como consecuencia de estar tan cerca de las dos deidades comienzo a desarrollar ciertas habilidades, que aunque no tengan ni punto de comparación con las cosas de las que son capaces ellos dos, no dejan de ser interesantes: puedo camuflar mi presencia haciéndome tan imperceptible como una piedra en el suelo; influir en gente y objetos de mi alrededor; y poder hacer que lugares en mi mente se transformen en mi realidad, pudiendo viajar a voluntad.

Se suceden distintos gobiernos de Dios y Demonio, aunque el proceso se para con un periodo muy largo de Demonio. Llegan unas señoras con Lule mi prima, solicitando una audiencia con Ella para tratar temas que no debo saber. Tras hacer desaparecer mi presencia me cuelo en la habitación en la que hablan, y cómo no el Demonio se da cuenta de que estoy en el acto. Huyo con la hermana pequeña y paso de Dios, que no tiene nada que temer. Desde que dejamos la casa una sensación creciente de amenaza va creciendo en el ambiente, la ira del Demonio avanza hacia donde quiera que vayamos, y si nos da caza no se andará con tonterías en lo que respecta a mi castigo. Soy el "secuestrador" de su hermana pequeña, a pesar de que ella esté conmigo por voluntad propia. Llegamos a un aeropuerto, o quizá una estación de metro, y beso enloquecidamente a la chica. Hay sentimientos muy fuertes entre ambos, y no esperamos nada uno del otro ni esperamos nada del futuro, simplemente vivimos el presente disfrutándolo. Avanzamos siempre encubiertos, pasando totalmente desapercibidos a todo lo que pueda estar mirando y escuchando. Llegamos a una parada donde nos tenemos que bajar, y nos la pasamos. Agarro a la chica y proyecto el andén fuertemente en mi cabeza... pero fallo. Nos encontramos en un callejón con un hombre gigantesco delante nuestro que ya está corriendo hacia nosotros. Alza un bate, abrazo a la chica, baja el bate y apenas tengo tiempo de proyectar la estación de metro...

Abro los ojos y el Demonio me mira desde unos metros más allá, en el mismo andén. Tiene un bebé en una cuna, un niño hiper musculado con una mirada de odio desencajada y la boca sin dientes lanzando mordiscos al aire. Es su hijo. Ella me mira tiritando de la cantidad de tensión que hay en su cuerpo debido al odio que siente, está a punto de estallar. Pero ha visto que su hermana eligió venir conmigo y de momento no me ha descuartizado con la mirada, lo cual promete. Nos largamos de ahí sin cruzar palabra.

Vivimos tranquilos, y vamos a la deriva viajando a donde nos vayan llevando los pasos, juntos y pasando desapercibidos...

viernes, 30 de abril de 2010

Respira hondo.

Sueño del 17/11/2009.

Comienza una mañana con el cielo despejado salvo por alguna nube lánguida que forma un trazo discreto, y un suave viento cálido. Estoy en la puerta de atrás de la facultad de ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, que está situada en una elevación del terreno desde la que se ve toda la ciudad. Puedo ver las torres del norte, las de plaza de Castilla, y varios barrios enteros. Todo está muy silencioso, no hay pájaros ni personas, no se escuchan coches, no hay nada que haga ruido a parte de la ligera brisa. Entonces ocurre. Mientras estoy viendo la ciudad aparece un destello y veo cómo el hongo nuclear se eleva cada vez más y más en el cielo. Es igual que en los vídeos, a excepción de que antes no era tan brutalmente aterrador. Es la destrucción total, la muerte segura y absoluta, nada es capaz de escapar ni detener semejante fuerza. Mientras escribo estas líneas puedo seguir recordando la sensación que experimenté al ver la explosión nuclear. "Nos han bombardeado... a nosotros...". Sentía que toda mi vida no valía nada, que sin conocerme alguien me iba a matar inevitablemente y ni siquiera se me había dado la opción de elegir entre luchar por mi vida o simplemente rendirme. "Tu mueres y punto". Y muchísima consciencia por los demás. En los segundos que tardaba la onda expansiva en llegar a mí no podía parar de pensar en todos los demás, en la inimaginable cantidad de vidas que se estaban perdiendo, todas las historias de cada persona que desaparecían en cuestión de segundos. Sobre todo la sensación de no poder hacer absolutamente nada por evitarlo.

Veo la explosión. Veo cómo toda la ciudad se va desintegrando a medida que avanza la onda, cómo desde el lugar de impacto van desapareciendo todas las cosas para dejar paso a la nada... y sonrío. Pienso: bueno, hasta aquí he llegado, no hay nada que pueda hacer así que lo acepto. Acepto mi destino, que sea bienvenida la muerte. Sonrío y abro los brazos, sintiendo que ya no hay preocupaciones ni penas, llegó la hora de morir y disolverme en el todo. Y me siento feliz. ¡Voy a morir en pocos segundos! ¿Qué me puede pasar que me afecte lo más mínimo ahora? Una vez aceptas la muerte como futuro seguro e inminente todo lo demás desaparece y sólo queda el gozo, el placer de sentirme consciente, de haber vivido...

Ya llega. Tomo una larga y profunda inspiración final. Se me llenan los pulmones y siento el oxígeno recorrer mi cuerpo... y algo cambia. Abro un poco los ojos y veo que la explosión está donde estaba hace medio minuto. Suelto poco a poco el aire y veo cómo la destrucción retoma su curso. Vuelvo a inspirar fuertemente y el fuego se contrae, los edificios se alzan y gano más tiempo. Sigo respirando muy concentrado, jugando con el flujo del tiempo y gano segundos poco a poco. Ni siquiera me planteo qué está pasando, sencillamente respiro y respiro.

Debo encontrarme unos cuatro o cinco minutos antes de que ocurra la explosión, y todo ha cambiado. Se desata el pánico, el instinto de supervivencia, y desaparece toda la tranquilidad que tenía antes. Ahora no me enfrento a una muerte segura, sino a una muerte casi segura pero de la cual existe una mínima posibilidad de escapar. Mínima, pero existe. ¡Me enfrento a la vida!

Doy media vuelta y salgo corriendo como nunca he corrido, lo único que importa es poner más y más distancia entre la fuente de la explosión y yo. Según he subido una de las cuestas que hay cerca de donde estoy estalla la bomba nuclear, exactamente igual que antes. Sigo corriendo, y apenas he recorrido unos metros estalla una segunda bomba, prácticamente en el sitio desde el cual vi por primera vez la otra explosión. "No me jodas tío". En cuanto veo la luz aparecer inspiro aire hasta que mis pulmones no pueden más, y la explosión mengua. Repito el proceso hasta que vuelvo a tener algo de tiempo por delante.

Ha pasado un rato, y estoy corriendo entre edificios altos. Quedan unos diez o quince minutos hasta que vuelva a comenzar la destrucción, y ya no huyo. Sé que a pesar de poder ganar algo de tiempo con las respiraciones no puedo estar por siempre jamás evitando lo inevitable. He de buscar un buen lugar donde refugiarme, y dejar que ocurra. Se que llegará un punto en el que ya no podré seguir haciendo demorarse las cosas, y no por falta de capacidad sino porque hay cosas que tienen que pasar.

El sueño avanza un poco y estoy en casa de mi prima Lule, aunque la casa es algo distinta. La estructura es de hormigón y por alguna razón las ventanas no tiene cristales. La luz es totalmente naranja, como la de un atardecer, aunque es por la mañana. Voy de un lado para otro organizando esto y aquello y preguntándome una y otra vez si estaremos lo suficientemente lejos del foco. Están también mis tíos, mi primo Tatín, y Lili, todos muy asustados sin saber muy bien qué hacer o cómo actuar. Supongo que no debe ser fácil asimilar el que te digan que te separan minutos de un holocausto nuclear. Puede que haya alguna chica más, amiga de alguno de mis primos.

Mi prima y yo nos metemos en un cuarto de baño, que tiene las paredes verdes y no tiene ventanas. Hay un gatito dentro. Antes de entrar echamos una última vista al cielo y cerramos la puerta. El resto está en alguna otra habitación también protegidos.

Le digo a mi prima que primero vamos a tener que sobrevivir a la onda expansiva, que suele ser el mayor causante de la destrucción en una explosión de estas dimensiones. Luego viene la ola de calor, y la temperatura alcanza miles y miles de grados. Por último está la radiación, que se queda durante muchísimo tiempo, es invisible e indetectable si no tienes los medios, y capaz de matarte de las maneras más horribles con sólo acercarte a una zona de alta radiación.

Llega la onda, y notamos cómo el edificio entero tiembla y se retuerce. Pero no se cae hecho pedazos. Estamos lo suficientemente lejos, y hemos sobrevivido de momento. Poco a poco empezamos a sudar. El gato, como loco, se pone a maullar y a arañar la puerta, y cada vez que intentamos acercarnos nos muerde. Nos cuesta respirar del calor. Nos hemos quitado casi toda la ropa y estamos empapados en sudor, jadeando agotados. Pero el calor llega hasta un punto del que no sube más. Tras un rato de espera abrimos la puerta. El cielo. Una brisa fresca sopla según salimos al cuarto contiguo, el cual está completamente destrozado y lleno de polvo y escombros. La brisa suave y gris nos saluda y nos recuerda que hemos vivido. Aparecen mis tíos y abrazan a mi prima con fuerza. Me asomo por el agujero enorme que hay donde antes había una pared y veo el nivel de asolación que ha quedado atrás. Casi todo son edificios demolidos, pilas y pilas de escombros y no se ve a nadie. El cielo está ya muy oscurecido, ha pasado todo un día. La luz ahora es azul claro y grisáceo. Hay muchas nubes.

El gato sale del cuarto de baño y se me lanza a los pies, mi reacción ante el dolor de los mordiscos es pegarle una patada brutal. El gato sale rodando por el suelo y se para al chocar, inerte, contra una pared. Voy corriendo y cojo su cuerpo entre las manos. Me quedo impactadísimo. Todavía respira levemente, pero se que va a morir. He hecho lo imposible por sobrevivir y acabo de quitar una vida en unos segundos. Inspiro profundamente y retrocedo unos segundos. El gato viene corriendo en mi dirección y me aparto como puedo. Mi prima me mira desconcertada y me pregunta que qué más dará que viva o muera un gato teniendo en cuenta la cantidad de vidas que se han perdido este día, pero yo sólo puedo pensar en que una vida es una vida y no tengo derecho a terminar con una. Y más teniendo en cuenta lo que ha pasado hoy. Termina el sueño.

domingo, 11 de abril de 2010

La Huída.

Sueño del 10/1/2009.

Estamos en una sala circular que recuerda a una nave de exposiciones de arte, pero no hay ninguna exposición. Las paredes son de un blanco azulado y tienen puertas de cristal corredizas que dan a un jardín muy cuidado. Es un lugar donde nos tienen encerrados a todos, hay hombres armados que no dejan marcharse a nadie. No es del todo un secuestro, lo más acertado sería decir que es una secta o un grupo al que algunos quieren pertenecer, otros no queremos, y un reducido grupo de personas domina. De todos los que estamos aquí hay una gran mayoría que se muestra conforme con la situación y no quiere que cambie, vive en la sumisión total. Se ha llegado a crear un clima de que todo es fantástico y nada malo ocurre, no se habla de que estemos encerrados y por ganarse el favor de los de arriba la gente delata cualquier ápice de oposición o rebelión. No se puede confiar en prácticamente nadie. Todo el mundo tiene la misma sonrisa en la cara cuando habla con el resto acerca de cosas absolutamente vacías.

Un pequeño grupo estamos planeando escapar, somos trece o catorce personas de diferentes edades. Yo coordino la huida. Tenemos que hacerlo todo en con una discreción máxima porque si alguien se llega a dar cuenta es nuestro fin. La dificultad reside en que este sitio es una prisión sin rejas, no hay restricciones físicas, pero nadie se puede ir porque el grupo que domina lo hace con mano de hierro castigando a los que rompen el sistema. Por eso no puede darse cuenta absolutamente nadie de lo que preparamos. Muy poco a poco vamos empaquetando nuestro equipaje dentro de unos macutos de montaña, y los escondemos debajo de las mesas cercanas a las puertas de cristal que dan al jardín. De uno en uno y sin hablar entre nosotros vamos sacándolas de la casa. El jardín está circunvalado por una valla metálica bastante alta, con la casa en el centro de éste. Según se aproxima la valla, el suelo pierde altura de tal forma que desde la casa no se puede ver la parte más baja del jardín. Por ahí es por donde nos movemos, andando siempre encorvados y en silencio. En un extremo nace un río que serpentea montaña abajo, y dentro de los límites del jardín hay un puente de madera que cruza el río de lado a lado y fuera de la valla hay otro puente.

Pasamos entre las mesas con comida servida, entre los grupos de gente que habla animadamente, entre los círculos de sillas con madres sentadas que sostienen a sus hijos y les dan el pecho, cruzamos las puertas y salimos al jardín, y volvemos dentro, repitiendo esto muchas veces para que pase desapercibido, para que se convierta en algo normal y rutinario. Actuamos con una frialdad total sin hablar entre nosotros, sin siquiera mirarnos. Únicamente cuando estamos solos susurramos unas frases rápidas y seguimos con el plan.

Unos cuantos están ya en el extremo del jardín donde nace el río, y van recogiendo maderas. Poco a poco construyen las balsas sin que les vean. Como los puentes están en la parte baja del jardín cuesta mucho verlos desde la casa.

Otros seguimos dentro de la casa. Lo estamos logrando, pero ahora viene lo más difícil porque vamos a desaparecer todos y es muy probable que nos descubran. Me cruzo con uno de los míos y me dice que la primera balsa está terminada. Le digo que empiecen con la segunda (y última). Me doy la vuelta y voy donde está mi familia. La habitación es idéntica al salón de la casa de mi tía Titi. Están mis padres y mis abuelos. Les abrazo y les digo que no me van a ver más. Lloro de emoción por la despedida, ellos sonríen y me desean suerte. Abrazo a mis padres sabiendo que nunca más les veré. Ellos lo saben también y nos despedimos por última vez.

Salgo de la sala y ya nada me ata a este lugar. Cojo mi mochila de debajo de una mesa y discretamente me dirijo a los puentes. Llego sin que nadie me vea y me encuentro con que están rematando los preparativos. La primera balsa está terminada y en el río, amarrada al puente de fuera del perímetro del jardín. Ya la han cargado con el equipaje. La segunda, está a medio terminar y nos ponemos unos cuantos a completarla. La tensión es extrema ya que si alguien nos viese no habría duda alguna de lo que estamos haciendo y nos fusilarían o capturarían para encerrarnos de por vida. Nos movemos casi sin hacer ruido, siempre pegados a la valla donde somos casi invisibles.

Estamos terminando la balsa cuando veo aparecer a uno de los centinelas asomándose justo por encima de la curva que hace el terreno. Todavía no nos ha visto, pero podría hacerlo en cualquier momento. La adrenalina fluye salvajemente por nuestras venas. En silencio extremo juntamos las últimas tablas y las atamos. La gente se empieza a subir en la primera balsa, y cuando quedamos cuatro o cinco fuera de los botes nos ven. El centinela se pone a dar gritos a sus compañeros y yo vocifero órdenes a los míos. ¡Cortad las cuerdas!¡Cortad las cuerdas y saltad a las barcas!¡VIENEN! Dos hombres se ponen a dar hachazos a los amarres del puente exterior y un amigo y yo a los del otro. Estamos dentro de los límites del jardín y ya podemos ver cómo empiezan a aparecer figuras corriendo hacia nosotros. La tensión es frenética, insoportable, las cuerdas no ceden, no conseguimos romperlas. Están a metros.

De pronto la primera barca consigue soltarse y acto seguido nosotros también. Mi colega y yo saltamos del puente y nuestra balsa empieza a moverse. Vemos cómo los puentes se alejan a la vez que ganamos velocidad. Los centinelas nos pierden de vista, impotentes, les vemos hacerse cada vez más pequeños mientras el agua nos salpica.

Nuestra alegría incontenible se ve rápidamente interrumpida al avanzar unos metros. En la primera balsa van unos doce con el equipaje de todos, y en la mía sólo somos dos. Nos movemos mucho más rápido y acaba pasando lo inevitable. Antes de que el río haga un quiebro nos empotramos contra la primera barca. Nadie cae al agua pero todos vamos al suelo y cada vez nos movemos a más y más velocidad. Otro problema importante es que el agua es gélida, la montaña por la que desciende el río está entera nevada y, al contrario que en la primera barca, en la que estoy yo no hay borde ya que no hemos tenido tiempo de montarlo, estamos montados en una placa de maderos atados y nos estamos calando. Cada vez nos movemos peor y se hace muy difícil agarrarse para no caer. Según nos recuperamos del impacto les grito a los otros que aten las dos barcas, que así tendremos más estabilidad y no chocaremos. Funciona, y ya no nos calamos tanto. Para girar vamos cambiando el peso y metiendo tablones en el río, y conseguimos no chocar con ninguna roca. Más tarde el río se acaba y nos deslizamos entre placas de hielo y montones de nieve virgen. Ahora no hay tanta pendiente, y como por debajo la madera se ha congelado podemos avanzar bastante bien. Llegamos a un pueblo.

Las casas son de madera con ventanas pequeñas y techos nevados. Nos bajamos de las barcas y andamos por el pueblo. La sensación de libertad nos inunda. Podemos ir donde queramos, hacer lo que nos apetezca en el momento que nos de la gana. Ya no hay que fingir ni vivir subyugados por otros. Se acabó el sonreír porque todo el mundo lo hace. Me acerco a mi mujer y tomo a nuestro hijo de sus brazos. Es un bebé y le quiero más que a nada en el mundo. Le meto entre mis ropas pegado a mi pecho para que mantenga la temperatura. Viene una pareja de color de nuestro grupo y me pregunta acerca del siguiente paso en nuestro viaje. El invierno es muy duro y no estamos preparados para afrontarlo. Hablamos de nuestras opciones. Termina el sueño.